Autor: Jorge A. Scalise
Días atrás, algo alarmado, un alumno se preguntaba en voz alta si las medidas anticrisis podrían hacer que el turismo reiniciara la senda de fuerte expansión a la cual nos habíamos acostumbrado en los últimos años. Se inició allí un interesante debate en donde se mezclaban datos de la realidad y opiniones personales de los presentes, en su doble condición de usuarios y estudiosos del turismo.
En general se coincidió en que el turismo y la recreación están habitualmente en relación directa con los ingresos de la población y con sus expectativas. Por ello el aumento a los jubilados y la eventual asignación extra a los trabajadores en relación de dependencia es una medida positiva, toda vez que contribuye a aumentar el ingreso del consumidor. También lo es la eliminación de la “tablita de Machinea” dado que libera fondos que los sectores de ingresos medios y medio altos deberían asignar al pago de impuestos, si bien no hay seguridad sobre su destino final. Por su parte líneas de créditos orientadas a la compra de paquetes turísticos facilitarían el acceso al turismo a los sectores de menores ingresos.
Las voces más críticas alertaban acerca de lo exiguo de las asignaciones a los jubilados. Reparaban además en que la suma otorgada a los trabajadores en relación de dependencia alcanzaría a sólo la mitad de la población en esa situación, ya que el resto está en condiciones de marginalidad. El crédito, finalmente, es una condición necesaria pero no suficiente para desencadenar un proceso virtuoso de aumento de demanda. El crédito soluciona problemas financieros, y únicamente aporta a la solución de problemas económicos cuando está fuertemente subsidiado, y este no es el caso. En particular, si se va a prestar al 15 ó 20% de interés con una inflación declarada de alrededor del 8%. Cuando un fabricante tiene un pedido y debe comprar insumos y contratar mano de obra para cumplirlo, necesita un crédito, pero de poco le vale si no recibe el pedido. En el caso del consumo, sin dudas, el crédito lo alienta y favorece, pero sólo cuando existe la voluntad de consumir. Y la voluntad de consumir – especialmente en servicios como el turismo – se da en los que tienen expectativas de crecimiento o al menos de estabilidad en lo laboral, entendiendo como tal la conservación del empleo o el nivel de actividad de su comercio o empresa.
La síntesis del debate fue que el turismo no puede ser desvinculado de la actividad económica general. Y si bien esperamos que este plan revitalice la economía para que de esa forma se revitalice el turismo, apreciamos que no parece ser éste un plan que tire la casa por la ventana. Y tampoco podría serlo, dado el desventajoso contexto internacional en que le toca desenvolverse. La caída de los precios internacionales y de la demanda externa de nuestros productos introducen un toque de alerta a las previsiones presupuestarias, especialmente cuando se avecinan años de fuertes vencimientos de la deuda pública.
Pero más allá de los contenidos del plan, es tanto o más importante el sentimiento de credibilidad que estas medidas generen en la población. Si la sociedad entiende que el plan de obras públicas a encarar efectivamente se va a cumplir – más allá de que se hayan anunciado obras que estuvieran previstas o iniciadas – con su efecto multiplicador sobre la actividad de las industrias conexas; que, por tanto, los esfuerzos por retener la mano de obra en las unidades de producción serán exitosos y el consumo no se verá mayormente afectado; que algunos problemas que hoy dificultan el razonable desarrollo de sectores productivos como el rural se verán superados por la lógica de la racionalidad y el consenso, el plan será exitoso y el turismo y el resto de los sectores podrán emerger de esta crisis con heridas que cicatrizarán en el corto plazo. Ocurrirá únicamente si se dan estos supuestos, y sólo así.
El problema a solucionar es entonces más político que económico. No estamos en el año 2001 y finalmente los precios externos son casi los mismos que un año atrás. Sin embargo, el sentimiento de desasosiego y sorpresa parece campear en una sociedad que hasta hace pocos meses vivía una sensación casi de euforia. Preocupada por los aumentos de precios en bienes y servicios provocados por una demanda muy firme, de pronto, conflicto con el campo mediante, piquetes de rutas y crisis internacional -al principio sin repercusiones previstas en el país -, ve abrirse un futuro al menos incierto y en donde la toma de decisiones se llena de incertidumbre. El efecto más inmediato de la crisis se evidencia en ese brusco cambio de expectativas.
En este contexto, al igual que los alumnos de la Maestría, es hora de que también los productores turísticos comencemos a reflexionar.
Jorge A. Scalise
Director de la Maestría en Economía y Desarrollo del Turismo
Escuela de Economía y Negocios – Universidad Nacional de San Martín
[email protected]
Como citar este texto:
Anonimo (03 de Feb de 2009). "El Plan Anticrisis y el Turismo". [en linea]
Dirección URL: https://www.econlink.com.ar/impacto-turismo (Consultado el 14 de Mayo de 2021)